Bandas Tributo. Ser o no ser, esta es la cuestión.

                    La creciente e imparable avalancha de bandas tributo, clones y replicantes, me hace siempre reflexionar a cerca de esta decadencia creativa que nos embarga, no ya solo en el ámbito del rock, sino al espectro musical global. Respeto profundamente a los músicos que organizan una banda tributo para homenajear a su artista de referencia, por diversión, o por devoción; y como no, a aquellos músicos que hastiados y cansados de vagabundear sin hacer nada, sin encontrar el éxito, sin porvenir, deciden hacer versiones para poder subsistir. Es humano y plausible. Faltaría más. Hay que valorar sobremanera el aspecto de la interpretación, ya que ejecutar una canción de otro autor, con respeto y fidelidad, es todo un arte. Todos hemos gozado en alguna ocasión, de una magnífica velada recordando canciones que han formado parte de nuestra memoria histórica musical. Las canciones encierran el poder de la evocación, y tras ella, materializan hermosos recuerdos de momentos vividos, de sensaciones…

led-zeppelin              No obstante, se me ocurre reflexionar ante esta costumbre tan arraigada de tocar las versiones de otras canciones a nivel profesional, que se ha instaurado una moda o corriente pujante, que esta ganando el terreno a la creatividad y la originalidad. Se encuentra en plena efervescencia, y ya tiene protagonismo propio, acaparando la primera línea de la escena. El hecho de que él público en general haya recibido tan positivamente esta moda, quizá se deba a una acusada carencia de creatividad, o al hecho de que no se haya sabido encontrar en la originalidad una respuesta alternativa. Quizá, no hayamos sido capaces de componer canciones que conecten con el público, que entren en sus vidas, que sepan hablar su lenguaje. O quizá, hemos olvidado esa parte afectiva que el rock ha sabido siempre seducir tan certeramente.

               Nos hemos acostumbrado a tocar las canciones que ya funcionan por si mismas, ya que han sido éxitos. Esas a las que el público otorgó su beneplácito y su condescendencia. El éxito seguro. No hay nada para levantar un concierto sombrío como interpretar un clásico de Deep Purple o Led Zeppelin, para enganchar a la audiencia. Alguien me dirá que en los clásicos está la esencia del rock, y que la historia, está para recordarla y respetarla. Claro que si. Pero quizá deberíamos hacer un ejercicio de reflexión más amplio, abriendo aún más el campo del razonamiento, y preguntarnos por el mensaje que estamos mandando al público: como no somos capaces de conectar, rescatamos viejos éxitos del baúl de los recuerdos, canciones que se han escrito hace veinte, treinta o cuarenta años, suplantamos identidades, y teatralizamos el espíritu de las bandas, para ofrecer al respetable una imagen de espejismo. ¿Para cuando dejamos la música contemporánea?

             Yo he vivido tres décadas de música gobernadas implacablemente por las corrientes musicales. Primero llegó el rock & roll, y el rithyn and blues arrasando fronteras. Más tarde, rock rock y blues de los Rollings Stones, de los Beatles. Seguidamente, el hard rock de Deep Purple o Led Zeppelin, luego Rock Sinfónico y progresivo, el Heavy Metal, el AOR, el Punk, el Metal, y todas sus circunvoluciones anexas, y como no, algo tan decididamente nuestro como el rock urbano. Era pura actividad creativa que producía una gran riqueza cultural. Evidentemente, en rock, parece ser que todo está inventado.

Por otra parte, hay un factor que contribuye al empuje y al siniestro, y es la enorme congestión de bandas funcionando a pleno rendimiento, la oferta descomunal, que aturde al público, y le expulsa fuera del círculo cultural para enviarlo directamente al comercial. Las bandas tributo, absorben gran parte de este aficionado desencantado y agobiado, que se deja caer en brazos de lo fácil. Anulamos por tanto esa capacidad de búsqueda, esa pasión por el rock, ese plano afectivo.

          El mundo, y las sociedades modernas han cambiado sus pautas de comportamiento. Las culturas, no han sido ajenas a estos cambios convulsivos. La música, se ha convertido en un bien de consumo, y ya nada tiene la capacidad de sorprender a nadie.  La marca, es la dueña de los impulsos. La garantía del éxito y de convocatoria. Los propios festivales programan en sus carteles artistas de marca acuñada, que como no, contribuyen al éxito. Esto, en términos de empresa es completamente comprensible y acertado. La rentabilidad es inherente al negocio, y como no al éxito, y posibilita la perdurabilidad año tras año. Pero son los festivales los que ya han ofrecido también espacio propio a las bandas cover, con escenarios diferenciados, donde se ofrecen tributos que van desde Extremoduro a Nirvana. ¿Por qué no ocupamos estos emplazamientos con bandas emergentes? ¿Por qué no les damos la oportunidad de expresarse, de manifestar su creatividad? Porque no tienen poder de convocatoria. No interesan, porque no venden. Sin embargo, encierran muchas de las cualidades, y de las claves, que podrían modificar el vigente rumbo en dirección a territorios mucho más gratificantes.

         Reitero,  una vez más, mi profundo respeto hacia los grupos tributo. Mi opinión, es un grano de arena en un desierto. Pero mi opinión es que si convertimos esto en un rio revuelto, donde el pescador más avezado cogerá el mejor pez, quizá acabemos por extinguir la totalidad del caladero. Conozco muchos músicos que se lanzan al vacío para sucumbir a sus sueños, que aportan frescura, originalidad y entrega, a los que abría que ofrecerles espacio y apoyo. No hagamos de esto los que están arriba, y los que están debajo. No existe nada mejor, y más enriquecedor para una cultura, que el aporte energético de nuevas perspectivas. No podemos vivir de los recuerdos, ni del pasado tampoco, porque mirar hacia atrás cuando delante nuestro existe un panorama tan alentador, es un grave error. Trabajemos para sembrar futuro, renovación y nuevos horizontes, en vez de pergeñar y destruir nuestro porvenir. Quizá, este sea un debate manido, grasiento y redundante, mil veces debatido. En cualquier caso, yo soy un progresista convencido, y estoy seguro de que si no hubiera sido por ese empuje progresista, nunca hubiera llegado a conocer el rock tal y como hoy lo conocemos.

 CHEMA GRANADOS
Periodista, director de     www.rockcultura.es

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