La música como medio de concordia

      La concordia, entendida como acción entre personas, se refiere al acuerdo, la conformidad y la armonía entre estas, y, por ende, entre los sectores y núcleos sociales. Asimismo, la podemos encontrar dentro de las referencias dictadas por los términos “paz” y “reconciliación”. Pero esta acción de encuentro y restauración de avenencia, siempre ha requerido de una predisposición positiva de las partes implicadas, unas vías de entendimiento y unas herramientas adecuadas a la situación conflictiva. El mensaje y el diálogo no siempre suele ser entendido, por lo que requiere una universalidad, cualidad que, sin duda, tiene la música.

        El lenguaje musical es el único entendido por todos los pueblos de la tierra, contiene un mensaje genérico común para cualquier nacionalidad, etnia o colectivo. Como cualquier idioma, requiere de su enseñanza y conocimiento para poder ser utilizado, pero su dominio unifica criterios, más allá de las discrepancias. Es ahí donde se encuentra el valor primigenio de la música, en su enseñanza.

              No cabe duda, y esto es algo que está más que divulgado, que la música en sí misma, como elemento ambiental, genera una serie de procesos neuronales que desencadenan unas operaciones químicas, que nos llevan hacia el bienestar, valiéndose de la secreción de diversas hormonas –la dopamina, un neurotransmisor del placer- destinadas a tal efecto. De esta manera, podemos afirmar que la música funciona como un amplificador de las emociones. Estos estímulos, traducidos en sensaciones, se convierten en libertad, tranquilidad, placer, nos ayudan a recuperar recuerdos, pensamiento o imágenes, llegando a influir en nuestro estado de ánimo. Además permite expresar y comunicar a partir de canales distintos a los verbales, o crear sentimientos de unidad con otras personas y comunidades. En definitiva, es una herramienta para trabajar los valores implícitos en ella: escuchar, dialogar, compartir, respetar.

     Tal y como afirma Alba Sanfeliu Bardia (Escola de Cultura de Pau, 2005), la música también promueve la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Ésta nos ayuda a conocer y a reconocer a las demás personas y a una misma; nos permite confiar y ser merecedores de toda confianza; y aprender a expresar pensamientos, emociones y sentimientos, elementos clave en cualquier conflicto y contenidos básicos de la educación para la paz.

         Llegados a este punto es posible afirmar que la música y el ámbito en el que se crea y se genera, es un medio de concordia y encuentro en situaciones conflictivas y, me atrevería a afirmar, beligerantes. De esta manera lo expone Yehudi Menuhin (Nueva York, 1916-Berlín, 1999), músico y pacifista: en la creación tenemos abiertas incalculables posibilidades; en la destrucción, sólo una. Dicho lo cual, la creatividad se convierte en un instrumento fundamental para la construcción de la concordia, permitiéndonos expresar, producir, imaginar, innovar e inventar diferentes soluciones a los conflictos.

   Así, se convierte en un medio social de gran poder y alcance, utilizado las veces como concienciación, denuncia y propuesta, o como medio de comunicación y reivindicación global. También genera situaciones de reunión, a pequeña y gran escala, en las que es posible que miles de personas se pongan de acuerdo alrededor de un mismo mensaje. Es el paliativo para el dolor, el aliciente para el placer, la elasticidad de lo rígido, ofrece dinamismo a la seriedad y relaja los momentos de tensión.

           La música genera valores de solidaridad, de no violencia, de diálogo, de unidad, reforzando los sentimientos de confianza en uno mismo y en los otros, así como también el desarrollo de la creatividad y de la imaginación, características importantes a la hora de abordar la resolución exitosa de un conflicto. La música es también un medio de unión, donde se crea un sentido de pertenencia a alguna unidad.

        A lo largo de la historia han sido numerosos los autores que han utilizado sus composiciones musicales como medio de reivindicación o pacificación ante situaciones injustas, violentas, de vulneración de derechos humanos o de abuso de poder. A modo de ejemplo, destacamos en el Barroco, algunas piezas que hacen referencia a la Paz Romana, ligada a la idea de pactum y posterior a la firma de acuerdos de paz que han puesto fin a los conflictos armados: J. B. Lully, Le temple de la paix; J. P. Rameau, Naïs, Ópera para la paz; G. F. Händel, Te deum de Utrech i Jubilate. Música para los Reales Fuegos Artificiales.

       En épocas más contemporáneas, sobre todo a raíz de la Primera y Segunda Guerra Mundial, aparece la necesidad de reaccionar ante la barbarie de los conflictos bélicos y los horrores de las acciones desencadenadas en cada uno de ellos. De esta manera, autores como Britten, Schonberg o Halffter escriben composiciones que han trascendido tiempos y fronteras, y que hoy en día son objeto de enseñanza dentro de multitud de centros educativos de todos los niveles: Benjamin Britten, War Requiem; Luis de Pablo, Yo lo vi; Arnold Schönberg, Un superviviente de Varsovia; Michael Tippet, Un niño de nuestro tiempo; Cristobal Halffter, Yes, speak out, (Cantata de los derechos humanos); Obras de Luigi Dallapiccola y de Gian Carlo Menotti; Krzyztof Penderecki, Threnody to the victims of Hiroshima; John Adams y Pete Sellars, Doctor Atomic; Philip Glass, Satyagraha (sobre Gandhi y la noviolencia); Lleonard Balada, Sinfonía en negro (sobre Martin Luther King); Cristobal Halffter, Gaudium et Spes-Beunza (dedicada a Pepe Beúnza, el primer objetor de conciencia español).

            Para concluir este análisis es importante mencionar la música popular y cercana a nuestro tiempo, donde cantantes y compositores diversos estratos sociales, étnicos y culturales han destacado en su defensa de la libertad, la paz y la concordia a través de sus canciones, participando en muchos casos en la grabación de discos corales junto a otros y otras artistas, incluso en macroconciertos multitudinarios en beneficio de causas justas y sociales, mediáticas o no, pero que socialmente importan a la humanidad. Por enumerar alguno de estos festivales podemos destacar los conciertos para la paz y en contra de la guerra: Festival de Woodstock (1969); One Love Concert (Jamaica, 1978); War Don Don, The peace Festival (Freetown, 2005); La paz sin fronteras (Pont internacional Simón Bolívar, entre Colombia y Venezuela, 2008); el concierto para el desarme: No Nukes (1979); los conciertos para afrontar crisis humanitarias: Concierto para Bangladesh (1971); Concierto para Kampuchea (1979); para el hambre: Live aid concert (1985); A birr for a compatriot (2003); Live 8 (2005); para el VIH/SIDA: Freddie Mercury Tribute Concert for AIDS Awareness (1992); 46664 Give one Minute of your life to stop AIDS (2004); para la situación de los menores en distintas partes del mundo: We are the future (2004); conciertos para los derechos humanos: Conspiracy of hope (1986); Human Rights Now! (1988); Para denunciar situaciones políticas y exigir la libertad de víctimas de regímenes políticos o de condenados a muerte: Artists United Against Apartheid (1985); Freedom Festival on Clapham Common (1986); Nelson Mandela 70 Th Birthday Tribute Concert (1988); Benefit Concert for Mumia Abu-Jamal (1997); o exigir el derecho a recuperar la independencia: Tibetan Freedom Concert (1996-1999).

       La música, como tal y por sí sola, no compone un elemento de paz y concordia, pero es un instrumento fundamental para su consecución. Es un medio de encuentro entre los pueblos, las gentes y colectivos. Un elemento de unión y entendimiento en el que desaparecen todas las diferencias y confrontaciones para avanzar todos en una misma dirección, y en ese sentido debe ir nuestra sociedad actual. La música es uno de los pilares fundamentales de la humanidad del cual debemos hacer uso a diario.

Texto:  José Ángel Escudero Jiménez
Concejal de Educación, Cultura y NN. Tecnologías de Quintanar de la Orden
Artículo Publicado en el  nº 10 de la revista Atril editada por la Unión Musical Quintanareña

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