LA MÚSICA Y EL YUNQUE, UNIDOS.

 

Técnico de sonido y compositor por afición y vocación.

Único y último romanero artesano de España por respeto a una tradición familiar y amor a su progenitor.

Maestro romanero, martillazos de historia de un oficio que se apaga.

Amanecer de verano y noche cerrada de invierno. Es lo mismo. A las 7 de la mañana el humo del cigarro, su adictivo y cálido sabor y la costumbre ya convertida en hábito marca el nuevo día para el nieto del tío Cheguilla. “Cuando algún viejo se acerca y me saluda llamándome Cheguilla – el mote de mi abuelo – se me pone el vello de punta”, comenta Diego.

Es una palabra, un mote, una seña de identidad. Tanto como la romana que sujeta entre sus manos. Quizá lo que más le identifique. Porque al igual que su abuelo – el tío Cheguilla – y que su padre, Diego Ortiz es romanero; maestro romanero. Un oficio que está escribiendo ya su última página.

Tan desarraigada de su historia crece ahora la juventud que muchos desconocerán que una romana ha definido tanto a España como lo ha podido hacer un toro o el sol de levante. Esa balanza de brazos desiguales, con sus ganchos, su contrapeso – llamado pilón – y su plato sujeto por cadenitas, fue esencial en el día a día de los españoles de no tantas décadas atrás. En el campo, en las tiendas, en la venta ambulante, en los mercadillos, en las ganaderías… todo cuanto tuviese peso en este país debía responder ante el juicio de la romana.

Hoy no es mas que un utensilio que nos recuerda épocas pasadas. Un mero objeto decorativo. Quizá por eso, Diego Ortiz sea ya el único maestro romanero que exista. “Nadie necesita una romana hoy en día. Quien la compra es porque tiene reminiscencias de épocas pasadas o porque le gusta”.

Generaciones, civilizaciones enteras se han servido de esta herramienta basada en los principios de la física más simple. Diego, que ha buceado en sus orígenes, va contando como en la Grecia clásica ya aparecieron las primeras balanzas convertidas en este artilugio y como los romanos popularizaron su uso, dado que se trataba de un instrumento de gran precisión y muy portable. Mientras va fijando platos a las cadenas, Diego va dejando destellos de historia entre las negras paredes de este taller de forja.

– ¿Cómo se hace una romana tradicional?

– Lo primero de todo es cortar el hierro calibrado del que saldrán las piezas: ganchos, alcobas, los brazos… En una segunda fase se forjan en la hornilla. A golpe de martillo en el yunque. Después hay que armar todo y finalmente vienen las fases de el marcado, el señalado y el picado. Que servirán para enumerar la barra de la romana.

El trato con el que este toledano, de Quintanar de la Orden, de 51 años obsequia a cada pieza de hierro que crea es el que sólo puede dar un artesano. Cada pieza es distinta porque su martillo no puede golpear igual dos veces. Yunque, martillo, hornilla, hierro. Elementos del herrero para el maestro romanero y que sin embargo no es lo mismo.

“El oficio de romanero es más elevado que un herrero. Es más especial. Un romanero debe conocer el secreto de la romana. El secreto de las romanas está en la posición de sus ejes. Todo herrero sabe fabricarlas, pero no puede hacer que funcionen si no conocen el secreto”.

Y Diego lo conoce. Lo aprendió de su padre, que a la vez hizo lo propio de su abuelo – el tío Cheguilla –, y este a su vez lo mismo de su bisabuelo. Un secreto que ha cruzado ya por 4 generaciones de Ortiz y que ha dotado de esta herramienta, la romana, a cientos, miles de familias de todos los rincones de la geografía española.

Para Diego ser romanero no es solo un oficio, sino que en buena medida explica su vida. “Este taller va con mi personalidad, a las 7 de la mañana abro la puerta. En la soledad de la noche, un cigarrillo. Tranquilidad absoluta. Y luego enciendo el ordenador y pongo mi música”.

La música. Si el yunque y el martillo lo definen, la música lo apasiona. Por eso estudió técnico de sonido, por la música. La misma que le acompaña cada día en su vetusto y ennegrecido taller.

– ¿Se puede vivir hoy en día de hacer romanas artesanalmente, un artilugio que ya nadie necesita?

– La fuerza de este oficio está en la romana pequeña, la de adorno. Por su belleza. En los años 80, con el declive de las romanas tradicionales de 25 y 30kg, mi padre empieza a sacar la romana pequeñita, que pesa gramos. La gente se enamora de ella. Y eso es posible porque en España hay cultura de romana.

– ¿Y quiénes son tus clientes? ¿Quiénes se acercan hasta este pueblo toledano, en medio de La Mancha a comprar romanas?

– Los ferreteros. Esos son los que me dan de comer. Y desde hace algún tiempo las tiendas de regalo. Los que me encargan 10 romanas de golpe.

Luego también vienen particulares de todas partes de España. Ser el único o de los pocos romaneros que ya quedan, hace que periódicos, televisiones… se acerquen por el taller. La gente ve esos reportajes y vienen a comprar una romana bien porque le ha gustado o bien porque recuerda a aquella romana que había en casa de su abuelo y con la que jugaban de niños.

– Y en este mercado en el que tan importante son las técnicas de venta, internet… ¿Dedicas mucho tiempo a darle salida a tus productos, a la captación de clientes?

– Yo hago romanas como las hacía mi padre y mi abuelo. Por suerte, mi padre me dejó una cartera de casi 300 clientes: en Castilla y León, Extremadura, Castilla- La Mancha, Andalucía… Al tratarse de artesanía, si te van haciendo poco a poco pedidos, vas tirando. Si te hicieran demasiados… te ahogarías, que esto no es como hacer churros. – Comenta con humor.

Habla y no para de enseñarme todas las herramientas que utiliza para doblegar ese hierro virgen y convertirlo en esa pequeña obra de arte que en el pasado iba al campo junto a la burra y hoy decora infinidad de cocinas.

Orgulloso me cuenta que el yunque sobre el que trabaja tiene más de 100 años. Sin duda muchos han sido los martillazos de este artesano sobre la ya pulida superficie del yunque.

También me muestra un gancho del tamaño de un brazo. Pertenece a una romana que podía pesar hasta 500 kilogramos. “La hice en 1997. Era más joven, tenía la ilusión de hacer algo así. Era enorme y muy bella. Cuando la terminé supe que hacer otras dos romanas como aquella me llevaría a la tumba. Pero bueno, esa ha estado en infinidad de exposiciones”. Son más sus ojos que miran atrás que sus labios los que hablan.

– Casi 40 años los que llevo en esto. Tengo 51 años y empecé con 12 años, de la mano de mi padre.

– ¿Cómo decidiste que querías continuar con la tradición de la familia?

– Esa no es una decisión voluntaria. Fue mi padre quien lo decidió. Mi hermano mayor no quería ni ver el taller y ahora es químico de gran éxito. El pequeño de mis hermanos, ingeniero aeronáutico. A mí me tocó esto. El oficial que por aquel entonces tenía mi padre marchó a la mili. Yo estudié música, estudié sonido, pero siempre trabajando aquí mis 9 ó 10 horas. Nunca abandoné a mi padre. Nunca.

– ¿Orgulloso?

– Por supuesto. Soy el eslabón de la familia. Y sabiendo que en España soy el único, más orgulloso aún de este oficio.

El único y, seguramente, el último. Diego se enorgullece de que sus dos hijas tengan la curiosidad y el gusto de compartir momentos con él entre la negrura de la fragua, pero sabe que eso no es para ellas. No por el hecho de ser mujeres, sino porque eso ya no es para nadie. “Si tuviera un hijo varón y metiese la cabeza en el taller, se la cortaba. –bromea -. Este oficio artesano es muy poético… pero no tiene futuro”.

Diego Ortiz observa su presente, en su pequeño taller. Rodeado de calamones, de ganchos, de limas, de barras de hierro, de cadenas… Observa una romana ya terminada, que espera embalaje, como el artista que ve culminada su obra.

– ¿Qué es para ti la romana?

– Para mí la romana es toda mi cultura. Desde los 12 a los 51 años. Es preciosa. Es lo que he mamado.

Para el resto de nosotros, la romana pasará a ser historia el día en que Diego Ortiz ya no vuelva a golpear su martillo, cuando ya no vuelva a encender el fuego de su hornilla. El día en que Diego deje de ser el único y último maestro romanero.

David Redondo.- Reportaje (Texto y fotografías)

Fuente:http://www.puntoencuentrocomplutense.es

Es importante añadir por nuestra parte que Diego Ortiz (padre, actualmente jubilado) desde 1986 es Maestro Artesano de Castilla-La Mancha, máxima distinción que se concede a aquellos artesanos, que han destacado, por su eminente trayectoria, en la recuperación de las tradiciones artesanas, y han dedicado su vida en favor del desarrollo y promoción de la artesanía.

-A finales del siglo XIX, el patriarca de la familia, Andrés Ortiz, tenía una fragua en Quintanar de la Orden (Toledo). Diego Ortiz Contreras aprendió el oficio de romanero de su padre Manuel, y éste del suyo, traspasando sus conocimientos a su vez a su hijo; por tanto nos encontramos ante la cuarta generación de los romaneros Ortiz.

A los 11 años las necesidades económicas familiares le alejaron de la escuela y le llevaron a la fragua. deaquellos años iniciáticos recuerda cómo, muchos días, regresaba a casa con los ojos pegados y las pestañas quemadas por las chispas desprendidas al forjar el hierro.

Son más de 70 años realizando un oficio que le encanta y del que disfruta viendo en el taller a su hijo. Confiesa que ha desempeñado un oficio que le gusta con ilusión, y que para él es lo que importa, aunque las ganancias no sean elevadas .encada romana he puesto parte de mi corazón; están hechas con toda mi ilusión.

El rincón de «El Tío Birris»

1 comentario
  1. Felicidades a los artesanos y a los que en ocasiones sacan a la luz lo que ellos saben hacer a ritmo de yunque y martillo.

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